Palimpsestos audiovisuales

Muy de vez en cuando un cineasta confiesa que no ve demasiado cine (cualquiera sea el motivo). Pueden ser Luis Buñuel, John Ford o Ingmar Bergman, entre las figuras célebres que se arriesgan a mostrarse como ignorantes, y de todos modos no pueden evitar que otros se conecten con ellos, que los imiten o pongan como referencia (es el caso de Akira Kurosawa, Woody Allen o Quentin Tarantino).

El desconocimiento de lo que se produce en el medio, suele mencionarse también entre aquellos que se encuentran activos en la televisión. Ellos estarían tan ocupados, que no les queda tiempo para enterarse de lo que hacen sus colegas. Procediendo así, tratan de ponerse al margen de la corriente dominante, establecida por la audiencia masiva. Se defienden de la posibilidad de ser influidos por un medio que a pesar de ser el suyo, de algún modo condenan.

La ignorancia voluntaria suele darse también entre los más jóvenes, aquellos que inician el contacto con un medio que no ha llegado a aceptarlos. Gracias al desconocimiento, pueden alentar la ilusión de que nadie ha planteado antes las ideas que ellos plantean. Quieren pensar eso y no ser desmentidos. Los recién llegados se ven a sí mismos como héroes que conquistan un terreno inexplorado; entre sus facultades se encuentra la de borrar aquello que existió antes de ellos, sin experimentar el menor remordimiento.

 Entiendo por palimpsesto ese texto en el que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente. (Martín-Barbero y Rey)

Una imagen breve sustituye a otra, que se proyectaba sobre la misma pantalla, para ser remplazada de inmediato por la siguiente. Ninguna de ellas dura más que una fracción de segundo. De acuerdo al fenómeno de la persistencia retiniana, que permitió la existencia del cine y la televisión, el sucederse regulado de estas imágenes fijas crea en el observador la ilusión de movimiento y continuidad entre estímulos que no permanecen.

En el ámbito audiovisual, nada es más frecuente que operaciones como cortar, borrar, corregir, editar. Si no existiera la posibilidad de retomar el discurso, para examinarlo sin atisbos del descuido o la complacencia que le dieron origen, para darle nueva forma, probablemente el medio no existiría. Hasta la televisión en directo se niega a renunciar a esas oportunidades de ejercer algún control sobre su material, y muestra el replay de una jugada deportiva, el regreso de una imagen de archivo que aparece subrayada, comentada y reencuadrada para volver más precisa su significación.

En el palimpsesto, nacido de la escasez de soporte material para difundir la pluralidad de textos producidos, el discurso nuevo se instala sobre la borradura descuidada del discurso anterior. El monje medieval no dudaba en destruir uno de los pocos textos que habían sobrevivido de Euclides, para anotar las cuentas del convento. En los medios audiovisuales, esta situación adquiere una vigencia inesperada. Nada permanece inmodificado mucho tiempo sobre la pantalla del cine o la televisión. Todo cambia para dar sitio a algo que a pesar de presentarse como nuevo, tal vez no lo sea tanto.

Hay en el discurso de los medios audiovisuales un sistemático énfasis en torno a la novedad de lo que ofrecen, cualidad que (cabe suponer) debería aumentar el interés de la audiencia. Al ser presentado como reciente, la audiencia debe apresurarse a consumir lo que sea, como si se tratara de pan fresco, superior al añejo. A veces surje la sospecha de que muchos de esos filmes y programas de televisión sólo son aceptados porque se presentan afirma que son nuevos, diferentes de cualquier reposición de cualquier material exhibido previamente.

En la dinámica de otros medios esta argumentación tiene un peso mucho menor, tal vez porque la estructura industrial no se encuentra tan marcada en ellos y resulta menos apremiante la necesidad de convocar una demanda regular por la audiencia de productos nuevos, que sea capaz de mantener el sistema de producción y distribución.

Una sala de cine o un canal de televisión que sólo exhiban material conocido (como sucede con algunas señales de la televisión por cable o las cinematecas), constituyen la excepción a la regla. La programación habitual plantea lo contrario: constantemente se renueva con estrenos o alterna las novedades de ciertos momentos con las reposiciones de otros. Mucho del material que se presenta como nuevo, son versiones más o menos libres de viejos materiales que ya no circulan, prolongaciones de lo que se sabe tuvo una buena acogida de la audiencia, transposiciones de esquemas que se supone atractivos, variaciones de discursos anteriores que se han desgastado con el tiempo, como sucede con la parodia.

En ciertos casos las filiaciones son declaradas ante la audiencia (tal como sucede con las secuelas, crossover y spin-offs de producciones exitosas), pero en el resto la filiación suele ser omitida, incluso negada, para evitar comparaciones incómodas con el texto original.

Ni el cine ni la televisión existirían tal como se los conoce en la actualidad, sin esos textos anteriores, que se desdibujan en la memoria de la audiencia y no pueden ser contrastados con textos más recientes. ¿Por qué lo nuevo en el ámbito audiovisual puede resultar más atractivo que lo ya conocido? ¿Por qué es tan poco lo que se inventa, y tanto lo que se imita o deriva de una corta serie de modelos exitosos del pasado?

La constante borradura de lo viejo y su reemplazo por lo nuevo o (si se prefiere) la prolongada fecundidad de lo ya conocido a través de lo nuevo, tienen un peso tal que se opone al discurso predominante los medios.

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